Leticia siempre fue el eslabón “débil” en una familia de talentos deslumbrantes. Dondequiera que fuera, las comparaciones con sus hermanos eran ineludibles y dolorosamente obvias: no era tan hermosa como Diana, ni tan inteligente como Emil, ni tan hábil con la espada como Xavier, ni tan dotada mágicamente como Irene. Sin embargo, para Leticia, esta realidad no era una fuente de celos o envidia. Al contrario, se sentía genuinamente orgullosa de los logros de sus hermanos. Precisamente por este orgullo y admiración sincera, Leticia nunca imaginó que su propia familia se avergonzara de ella, una verdad que se revelaría brutalmente en el momento de su abandono.